En la salud, como en muchas otras cosas, nos gusta que nos encasillen.
Es decir, nos gusta que alguien externo a nosotras nos evalúe, diagnostique y le ponga una etiqueta a eso que considera que somos o tenemos.
El hecho de que alguien nos diga lo que padecemos, con nombre y apellidos, parece que de alguna manera le quita hierro al asunto. Ya formamos parte de un colectivo que padece lo mismo que nosotras. Ya no estamos solas en esto. Ya tenemos por dónde empezar a buscar y con quién compararnos.
Con la alimentación pasa algo parecido.
En ocasiones podemos llegar a padecer una serie de síntomas inespecíficos que no sabemos muy bien a qué achacarlos. Que si los gases son por comer en exceso, que si el insomnio es por el estrés, que si las migrañas por beber demasiado, etc.
Cuando por fin decidimos pedir ayuda ya que consideramos que lo que nos está sucediendo se escapa de nuestro control y algún experto nos explica que lo que padecemos es (inserte aquí el diagnóstico), parece que por fin podemos respirar.
Ya formamos parte de ese colectivo de personas con (inserte nuevamente el diagnóstico).
Qué necesario es poder ponerle nombre a “eso que nos pasa”.
Lo que ocurre es que una vez que nos encasillan como algo o alguien que padece tal cosa, tendemos a dejar nuestra parte de responsabilidad en manos ajenas.
Me explico.
Tendemos a pasarle la pelota de lo que nos sucede a ese profesional. Esperamos a que sea él el que nos de esa pastilla o ese suplemento que haga que todo vuelva a la normalidad. Y en ese camino nos olvidamos de la parte de responsabilidad que nos toca.
Porque sí, dedicarnos tiempo a cuidarnos y mantener unos buenos hábitos de vida supone demasiado esfuerzo.
Ojalá todo fuese tan fácil como tomarte la “pastilla mágica” y que todos tus problemas desapareciesen al momento.
Esa pastilla puede ayudarte a solventar algún tipo de síntoma asociado a tu problema. Pero nunca va a ser la solución. Sobre todo, si no llegas a ahondar en el origen real de dicho problema.
Por ejemplo: detrás de un colon irritable puede haber un síndrome ansioso-depresivo, detrás de un SIBO puede haber una hipoclorhidria, detrás de una intolerancia a la fructosa puede haber una disbiosis intestinal.
La solución a nuestros problemas de salud y alimentación rara vez vendrá dada por una única acción.
En ocasiones será necesario tomar esa medicación o ese suplemento, pero por si solos no obtendrás la respuesta que buscas.
La solución a tu problema pasa, en primer lugar, porque seas consciente y aceptes lo que te está ocurriendo en ese momento. Una vez hecha esa toma de consciencia, el siguiente paso será que asumas la responsabilidad de la parte que te toca.
De nada sirve que te hagas todas las pruebas que te indica un profesional, vayas a todos los seguimientos y te gastes tu dinero en todos esos suplementos si después dejas de lado todo lo que tiene que ver con tu cuidado personal.
No le dedicas tiempo al descanso. Vives con el piloto automático puesto sin tiempo para nada. No dedicas tiempo a planificar tus comidas y a hacer la lista de la compra. No te detienes a comer con plena atención. No abandonas los hábitos tóxicos. Te pasas el día sentada y no le dedicas tiempo a la actividad física. Estás picoteando constantemente. Te dejas llevar por el hambre emocional. No duermes lo suficiente. Tu cabeza está anclada en cosas que sucedieron en el pasado o anticipando cosas que ocurrirán (o no) en el futuro.
Estas solo son algunas de las acciones a las que dejamos de prestar atención en nuestro día a día y que en muchas ocasiones son la verdadera respuesta a ese problema que padecemos.
Tomemos acción y formemos parte de la solución. No del problema.
Si te sientes identificada con algo de lo que aquí plasmo y te gustaría coger de una vez por todas las riendas de tu vida, escríbeme.
Con mi servicio de coaching nutricional te acompañaré y te guiaré para que recuperes el control de tu vida.