Cuando experimentamos algún tipo de traumatismo o sufrimos una infección, nuestro organismo desencadena una cascada de acontecimientos, liderados por las citoquinas y otros agentes proinflamatorios, que dan la alerta de que hay algo que no está funcionando correctamente. Esta alerta se manifiesta en forma de inflamación, enrojecimiento y dolor, en caso de un traumatismo. O en forma de fiebre, taquicardia e hipotensión (entre otros), ante una infección severa.
Esta respuesta inflamatoria sistémica es fundamental y necesaria para que se pongan en marcha una serie de mediadores antiinflamatorios y para que nosotros también seamos conscientes de ello y actuemos en consecuencia.
En este caso hablamos de un proceso inflamatorio agudo.
En contrapartida, hay situaciones que prolongan este estado inflamatorio más allá de lo deseado, provocando un agotamiento de nuestro sistema de defensas y cronificándose en el tiempo.
En este caso hablamos de una inflamación crónica.
Este estado inflamatorio crónico, permanece en ocasiones silente o dando lugar a una serie de síntomas y signos bastante inespecíficos, como pueden ser: cefaleas, dolor menstrual intenso, inflamación intestinal, inflamación cutánea, dolor articular y muscular, bajo estado de ánimo, falta de energía, malas digestiones, infecciones frecuentes, etc.
Al igual que este estado inflamatorio se cronifica con el tiempo, nosotros también nos adaptamos y aprendemos a vivir con todos estos síntomas, recurriendo muchas veces a analgésicos o antiinflamatorios para paliar la consecuencia, que no la causa.
Una vez más, dejamos que sean los agentes externos (en este caso la medicación) la que se encargue de nuestra situación, sin parar a tomar consciencia de lo importante que es que tomemos acción ante nuestro estado de salud y bienestar.
Si cuando estamos sufriendo alguno de esos síntomas que os comentaba acudimos a un profesional de la salud, además de realizarnos una anamnesis exhaustiva y una exploración física completa, puede que nos solicite una analítica de sangre.
En esa analítica pueden ocurrir 2 cosas:
– Que estemos en las fases iniciales de un proceso inflamatorio agudo o que se haya agudizado por algún motivo concreto, entonces en este caso puede haber una serie de alteraciones bioquímicas en nuestra sangre: leucocitos altos, VSG alta, PCR alta, ferritina alta, etc. Todos ellos son marcadores de inflamación aguda, aunque unos son más sensibles que otros. Hay otros marcadores, que no suelen pedirse de forma rutinaria en la analítica, que también nos dan pistas sobre la existencia de un proceso inflamatorio, como es el TNF-α o las IL-1 y 6
– O puede ocurrir que ya estemos en estadios más avanzados, a veces silentes, de un proceso inflamatorio crónico. En este caso alguno de los marcadores previos podría permanecer elevado (como es la VSG o la PCR), pero no siempre será así. Por lo tanto, a nivel analítico puede ser que nos salga “todo bien”.
¿Cuáles son las causas de esta inflamación crónica de bajo grado?
Hay multitud de factores que contribuyen a la instauración de este proceso, pero hoy hablaremos de los más relevantes y sobre los que nosotros podemos actuar.
1. Sedentarismo
Si bien la actividad física puede conllevar una inflamación aguda puntual y acotada en el tiempo (la cual es muy necesaria para la reparación tisular), también tiene un gran efecto antinflamatorio:
– Con la contracción muscular liberamos algunas mioquinas (especialmente la IL-6) que reduce a su vez los niveles de citoquinas proinflamatorias (como el TNF-α o la IL-1) y potencia la liberación de otras sustancias antiinflamatorias.
– Estas sustancias antiinflamatorias ejercen su función en múltiples órganos de nuestro cuerpo, ayudando por ejemplo a mejorar nuestra sensibilidad a la insulina, a fortalecer nuestros huesos, a mejorar nuestra función cognitiva y nuestro estado de ánimo, a modular nuestro sistema inmune y a oxidar los ácidos grasos.
2. Obesidad
Nuestro tejido adiposo está formado por unas células grasas llamadas adipocitos. Cuando estas superan su capacidad de almacenaje crecen y se hipertrofian, liberando una serie de citoquinas proinflamatorias. Esta inflamación del tejido graso contribuye de forma directa al riesgo de desarrollo de resistencia a la insulina y a la diabetes.
3. Microbiota alterada
Cuando nuestra microbiota intestinal está desequilibrada (lo que se conoce como disbiosis), aumenta nuestra permeabilidad intestinal permitiendo que penetren a nuestro torrente sanguíneo sustancias desconocidas por nuestro sistema inmune que para protegerse, desencadena una cascada inflamatoria.
De esta manera, mantener una microbiota alterada de forma constante hace que se perpetúe nuestro estado inflamatorio.
4. Estrés
Ante una situación de amenaza, se ponen en marcha una cascada de reacciones hormonales lideradas por nuestro sistema nervioso simpático. Entre ellas, aumentan nuestros niveles de cortisol, que nos prepara para la lucha o huída (aumento de la frecuencia cardíaca, aumento de la presión sanguínea, aumento del flujo sanguíneo a los músculos, dilatación de pupilas, etc). Esta respuesta aguda nos ha permitido sobrevivir como especie y estar preparados ante cualquier amenaza.
El problema reside en que actualmente estamos constantemente bombardeados por agentes estresores que hacen que nuestro cerebro se mantenga en alerta constante. Da igual si esa amenaza es real o es una película que nos montamos en nuestra cabeza; nuestro cerebro lo interpretará como que es algo de lo que debemos defendernos.
Este estrés crónico al que nos vemos sometidos en nuestra vida actual, sobreactiva nuestro sistema inmunológico, lo que conlleva un desequilibrio entre nuestros mecanismos antiinflamatorios y proinflamatorios.
5. Falta de sueño y ritmos circadianos
Muchos de nuestros problemas de sueño están causados por la alteración de nuestros ritmos circadianos. Nuestro reloj biológico central sigue un ciclo de 24 horas y necesita una serie de variables externas para sincronizarse y ponerse en hora. La principal variable es la exposición a la luz y a la oscuridad. En relación a estos estímulos, segrega una serie de hormonas, entre ellas la melatonina, que nos prepara para el descanso.
En un mundo donde reina la luz artificial, las actividades lúdicas nocturnas, el teletrabajo, el Netflix, etc. es muy complicado hacer que nuestro reloj central esté en hora y nuestra calidad de sueño se ve mermada.
La falta de sueño, entre muchas otras cosas, altera nuestro sistema inmune, incrementando la secreción de sustancias proinflamatorias.
Esta falta de sueño, sumado a una situación de estrés crónico, forman el tándem perfecto para propiciar el desarrollo de enfermedades asociadas a un estado inflamatorio crónico.
El sexto y último factor determinante de este proceso inflamatorio crónico es la alimentación.
Dada la repercusión tan importante que tiene la alimentación sobre nuestra salud y bienestar, permitidme que dedique el próximo capítulo a ahondar en cómo esta se relaciona con la inflamación y cómo podemos llevar a cabo una alimentación antiinflamatoria.
Espero que esta información os sirva para tomar consciencia de lo que podemos hacer por nosotras mismas para mejorar nuestro estado de salud y, si sientes que necesitas ayuda en tu proceso personal de cambio de hábitos y mejora de tu salud, no dudes y escríbeme.