A nuestro cerebro dicotómico (ese que está ubicado en los extremos opuestos de la escala) y del que ya os hablé en alguna ocasión, le encanta encasillar a nuestras acciones, pensamientos, actitudes o emociones como buenas o malas, aceptables o inaceptables, válidas o no válidas.

Esta dicotomía también puede aplicarse en la alimentación.

La famosa cultura de la dieta ha hecho mucha mella en nosotras.

Se ha colado en nuestras casas, en nuestras neveras, en nuestros espejos, en nuestros armarios y en nuestro cuerpo, como si de un espectro se tratase. Y desde ahí, ha ido manejando sigilosamente todos nuestros pensamientos, emociones y acciones relacionados con nuestra forma de alimentarnos y con nuestro aspecto físico.

Sin quererlo, o más bien, sin ser conscientes de ello, nos hemos ido comparando con la chica de al lado, nos hemos culpabilizado por comer aquello que no deberíamos, nos hemos maltratado frente al espejo, hemos dejado de hacer planes limitadas por nuestro aspecto físico…

Llevamos toda la vida siendo marionetas de la publicidad y del márketing.

Hemos dejado que esa gente que se esconde detrás de un anuncio y que sabe hacer su trabajo a la perfección, haya manejado nuestras vidas. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos.

Ya es hora de romper con esos cables invisibles que nos mantienen atadas y coger las riendas de nuestra propia vida, ¿no os parece?

Otro impacto que ha tenido en nosotras la cultura de la dieta es el de clasificar a los alimentos como buenos o malos. Y no solo a los alimentos, sino también a nosotras mismas.

“Si me como ese helado habré fracasado. Seré una mala persona”

Es importante que sepamos que ningún alimento es malo por sí solo. Todos tienen su razón de ser dependiendo de nuestras circunstancias personales y del momento que estemos viviendo cada una.

Ningún alimento debería de tener tanto poder como para que nos juzguemos a nosotras mismas como buenas o malas personas en función de si hemos logrado o no controlar su consumo.

Bajo mi punto de vista, una alimentación saludable será aquella que cubra nuestras necesidades nutricionales (por supuesto), que esté equilibrada, que sea suficiente, que esté rica y que se adapte a las circunstancias vitales de cada una de nosotras.

Pero eso no es todo.

Una alimentación saludable también será aquella que, además de cubrir nuestras necesidades nutricionales, también haga que a nivel mental y emocional nos sintamos bien, en equilibrio.

Y precisamente en este equilibrio reside el éxito.

Quizás tengas la creencia de que comerte esas galletas de chocolate es un pecado mortal. Que si lo haces habrás fracasado como persona. Entonces te las prohíbes. Te las prohíbes tanto que no dejan de colarse en tu pensamiento. Y tú sigues ahí, resistiendo a sus encantos.

Pero un día en el que por algún motivo bajes esa guardia y te rindas al placer de comértelas, quizás no te comas 1 o 2, sino que cogerás el paquete y te lo zamparás todo de golpe.

Muy probablemente, los pensamientos y emociones que acompañen a esta situación sean de culpabilidad, malestar, tristeza, etc.

¿No habría sido mejor tomar esa galleta en el momento en el que tu cuerpo te lo pedía y dar por finalizado el asunto?

“Lo que resiste, persiste”.

Qué gran frase y cuánta razón hay en ella.

Aquello a lo que nos resistimos, lo que evitamos y de lo que nos escondemos, tarde o temprano buscará la manera de volver a nosotras.

Esto ocurre con la alimentación y con muchas otras cosas en nuestras vidas. Piénsalo un segundo.

Volviendo al tema del equilibrio, considero que tan perjudicial es comer todos los días ultra procesados como comer a diario comida super saludable.

En el primer caso, ya todas sabemos los efectos nocivos de seguir una alimentación basada en productos ultra procesados (creo que no tengo que poner aquí un listado de consecuencias).

Pero los efectos nocivos del segundo caso quizás no sean tan evidentes.

Por supuesto que es muy beneficioso a nivel nutricional, metabólico y energético comer de forma saludable (no voy a ser yo la que diga lo contrario).

Pero a nivel emocional y mental, puede que no tenga los mismos efectos beneficiosos.

Y puede que me digáis: “pues yo como de forma saludable y me siento estupendamente. De hecho, si como algo fuera de esto mi cuerpo lo rechaza”.

Ajá! Ahí está el quid de la cuestión.

En este caso has aprendido a escuchar a tu cuerpo. A interpretar esas señales que te envía. A ser consciente de lo que sí y lo que no. A darle aquello que sabes que tu cuerpo te va a agradecer.

El problema, una vez más, reside en que no nos escuchamos.

Creemos que si le damos vía libre a esto de comer lo que nos plazca, vamos a tirarnos en plancha a la nevera. Pero os aseguro de que no será así. Todo lo contrario.

Cuando aprendemos a escucharnos, a ver lo que nos sienta mejor, a ser amables con nuestro cuerpo y nuestra mente, obtendremos una recompensa en forma de bienestar, de conexión, de equilibrio personal. Y una vez que hayamos probado esto, os aseguro que no querremos volver atrás.

Así que tomemos consciencia, démosles a nuestro cuerpo y mente su espacio y seamos amables con ellos.

Esto es parte del camino para lograr re-conectar con nosotras mismas.

Si quieres seguir profundizando en este tema o que te acompañe en tu proceso de reconexión contigo misma, escríbeme.