Cuanto más estudio y más conocimientos adquiero, más me doy cuenta de lo peligroso que resulta generalizar en materia de salud y nutrición.
Las redes están llenas de mensajes contradictorios que hacen que nos sintamos todavía más perdidas sin saber qué es bueno realmente para cada una de nosotras.
Esto de la nutrición se ha convertido en una moda.
Hay corrientes que suprimen por completo la ingesta de carbohidratos. Otras que tiran más hacia una alimentación disociativa. Unas defienden la dieta vegetal a capa y espada, mientras otras se decantan por una dieta paleo. Hay corrientes que dinamitan el trigo y los lácteos, y otras que defienden la comida de nuestros antepasados. Hay corrientes que clasifican a los alimentos en función de su energía y otras que te aconsejan una serie de nutrientes en función de tu personalidad. También hay corrientes que se basan en una alimentación más intuitiva y otras mantienen los patrones clásicos restrictivos.
Con todos estos mensajes tan extremistas y contradictorios, ¿Cómo no vamos a tener la cabeza hecha un lío?
Hoy no vengo aquí a decirte qué es o no bueno para ti. Porque sinceramente no conozco tu historia y no lo sé.
Por mi parte sería muy osado y de poca ética médica dar recomendaciones nutricionales a diestro y siniestro, demonizando ciertos grupos de alimentos o prometiendo beneficios sobre la salud de ciertos nutrientes cuando realmente no sé cómo se comportarían en tu caso particular.
Así que, si vienes buscando una dieta fácil, unas pautas nutricionales rápidas o un listado de alimentos aconsejados y desaconsejados, este quizás no sea tu espacio.
Pero si por el contrario lo que buscas es ganar en flexibilidad, aprender a escucharte, buscar el término medio y no compararte, te invito de corazón a que te quedes un ratito por aquí.
Cuando empecé a formarme de verdad en materia de nutrición (digo “de verdad” porque en la carrera de medicina apenas se habla sobre el tema) me di cuenta de la importancia de individualizar cada pauta nutricional en función de las necesidades y circunstancias personales de cada uno de los pacientes.
Me asaltan a le mente flashbacks de cuando trabajaba en la consulta en el hospital. Cuando apenas tenías 15 minutos por paciente y en ese espacio de tiempo tenía que revisar la analítica, revisar todo el tratamiento médico que tomaba, que te contara cómo estaba y en muchos casos hacer una exploración física. ¿Cómo podías parar a analizar sus hábitos alimentarios y de vida? ¡Imposible!
Así que el paciente se iba con un listado enorme de tratamientos médicos y una línea en donde ponías: “dieta baja en grasas saturadas y azúcares y actividad física diaria”.
Sí. Yo también he estado ahí.
Y ahora que lo recuerdo se me ponen los pelos de punta.
Hasta que te formas “de verdad” en nutrición, no te das cuenta de la dimensión que supone esta materia. De las implicaciones que tiene sobre tu salud y bienestar. Y de todos los factores que influyen en tu estado de salud más allá de la alimentación y la actividad física, que son muchos.
Hay un cambio de enfoque radical.
La persona con sobrepeso u obesidad no es el resultado de “mucha comida y poco ejercicio”. Sino que es el resultado de un universo de factores amplísimo, que va desde su modo de nacimiento, su relación con la comida, su gestión del estrés, sus hábitos de sueño, sus factores hormonales hasta su exposición a tóxicos o sus horarios de comidas, pasando por un montón de intermediarios más.
Así que, me reitero en las palabras del inicio de esta carta: “Cuando más estudio y más conocimientos adquiero, más me doy cuenta de lo peligroso que resulta generalizar en materia de salud y nutrición”.
Esto también lo digo por mi caso particular. Si recibes periódicamente esta newsletter en tu correo ya estarás al tanto de los problemas de salud que he padecido en los últimos meses (si no es así, te invito a que leas la entrada: “cómo mi piel me salvo”).
Pues bien, yo también he pasado por esa etapa de seguir una corriente de alimentación basada en patrones externos en los que no había cabida para la auto escucha y consciencia corporal.
De ahí que mi discurso comenzara a cambiar.
Considero que una buena forma de acompañar y aconsejar a los demás es habiendo experimentado por ti misma alguna de las dificultades que esa persona está atravesando en un momento determinado de su vida.
Desde esa experiencia vital eres más consciente de su situación y tienes una mayor capacidad para ponerte en su lugar, ya que de alguna manera ya has estado allí.
Me gustaría que cuando finalices de leer estas líneas, te tomes un minutito para ti y reflexiones desde qué lugar te estás relacionando con la comida. Cómo esta te nutre, no solo física, sino también emocionalmente. Que tomes consciencia de las veces en las que te has juzgado a ti misma y te has machacado por no haber hecho “las cosas perfectas”. De las veces que te has comparado y has sentido que salías perdiendo. De todas aquellas veces en las que “no te has permitido”.
Con todos estos pensamientos presentes, me gustaría que cerraras los ojos, hicieras 2 respiraciones lentas y profundas y, con cada exhalación, dejaras salir toda esa culpa y malestar que llevas dentro.
Libérate de las normas auto exigidas que no te permiten respirar.