Por lo general, tardamos aproximadamente 10-15 minutos en comer. En algunas ocasiones incluso en menos de 10 minutos ya hemos devorado nuestro plato.

Esto suele suceder por varios motivos:

1.      Tenemos nuestro foco fuera y no en el plato. Cuando estamos comiendo, habitualmente centramos nuestra atención en otras cosas que están fuera del plato: en la televisión, en el móvil, en nuestros pensamientos rumiantes…por no hablar ya de cuando comemos de prisa y de pie o pegadas a la pantalla del ordenador. Estas acciones impiden que nos centremos en el momento presente. Que seamos conscientes de lo que tenemos delante nuestra. De disfrutar de los colores, los sabores, las texturas de nuestra comida. ¿Sabías que tu relación con la vida se refleja en tu relación con la comida? Piénsalo un momento.

2.      Somos seres emocionales y, como tal, nuestra alimentación es emocional. En ocasiones nos inundan emociones tan intensas que nos cuesta gestionar y, podemos llegar a recurrir a la comida para atenuarlas y canalizarlas, evitando enfrentarnos a las mismas. Buscamos un placer inmediato, una sensación de bienestar que nos generan todas esas endorfinas y neurotransmisores asociados habitualmente a un tipo de alimentos más sabrosos y palatables. Porque para ser sinceras, en esos momentos no recurrimos a la manzana. No. Recurrimos a las galletas, al chocolate, a las patatas fritas… Esta forma urgente e inconsciente de actuar puede causarnos culpa y malestar posterior, y nos introduce en un círculo emocional que nos perjudica. Por ello es importante identificar esas emociones, buscar esos patrones que nos conducen a un comer emocional, y sustituirlos por otras alternativas más respetuosas con nosotras mismas.

3.      ¿Sabías que, por término medio, nuestro cerebro tarda 20 minutos en recibir la señal de saciedad? Los adipocitos (esas células que forman nuestro tejido adiposo) son los encargados de liberar una hormona llamada leptina. Esta hormona se une a sus receptores y envían una señal al cebero para que deje de comer. Por este motivo, a esta hormona se la conoce como la hormona de la saciedad. Cuando comemos sin prestar atención, sin consciencia, solemos comer mucho más rápido de lo que deberíamos. Quizás en 10 minutos ya hemos acabado nuestro plato. Por lo tanto, a nuestro cerebro no le ha dado tiempo de recibir esa señal y, en consecuencia, no nos sentiremos saciadas y seguiremos comiendo: que si picoteo por allí, picoteo por allá, que si repito el plato, que si venga postre… y quizás, cuando ya por fin llegue esa señal, hemos rebasado nuestra capacidad gástrica y nos sintamos demasiado llenas y molestas. De igual modo, hemos de saber que la digestión comienza en la boca. Mientras masticamos, está actuando una enzima llamada amilasa salivar, que hidroliza los azúcares de los alimentos que contienen carbohidratos. Por este motivo, para lograr tener unas buenas digestiones, también es muy importante masticar bien los alimentos.

4.      ¿Sabías que existen 9 tipos diferentes de hambre? Sí, como lo lees. Estaría el hambre visual, olfativa, auditiva, táctil, de estómago, de boca, celular, mental y de corazón. Como ves, muchos tipos de hambre tienen que ver con nuestros sentidos. Responden a las típicas expresiones de “comer por los ojos”“huele que alimenta”“se me hace la boca agua…”. Hoy me centraré en 2 de ellas: en el hambre “celular” o fisiológica y en el hambre “de corazón” o emocional.

a.      La primera responde a una necesidad fisiológica de ingerir alimentos para aportarnos los nutrientes que necesita nuestro organismo. Es un tipo de hambre que aparece paulatinamente y que puede esperar. Suele ir asociado a una serie de señales de hambre: rugir de tripas, dolor de cabeza, mareo, falta de concentración, etc… normalmente cualquier alimento es bueno para satisfacer este tipo de hambre y, tras haber comido, nos quedamos satisfechas y nos sentimos llenas de energía.

b.      La segunda, el hambre emocional, no responde a una necesidad fisiológica, sino, como bien dice su nombre, a una necesidad emocional. En este caso comemos para calmar una emoción. Este tipo de hambre aparece de forma repentina y busca una satisfacción inmediata. Ya no nos vale cualquier alimento, sino que buscaremos aquellos con mayor carga de azúcar, grasa, sal… y, tras haber comido, la sensación suele ser de culpa y malestar.

Cuando vayamos a comer, es importante que dediquemos 5 segundos de nuestro tiempo a pensar qué tipo de hambre estamos experimentando. Si es hambre real, si necesitamos comer de verdad, o por el contrario es hambre emocional, y realmente lo que necesitamos es otra cosa: un paseo para bajar ese nivel de estrés, alguna actividad para matar ese aburrimiento, algún amigo al que contarle tus problemas, una siesta para contrarrestar esa falta de energía, etc…

Para ayudarte a ser más consciente a la hora de comer y hacerlo de forma más pausada y atendiendo a tus verdaderas necesidades, te presento la técnica HEVA.

HEVA es un acrónimo de: Hambre, Emoción, Velocidad y Atención.

Esta técnica consiste en que, antes y durante cada comida, prestes atención a estos 4 indicadores:

1.      ¿Tengo hambre real o como porque toca o por aburrimiento?

2.      ¿Estoy sintiendo alguna emoción intensa que me lleva a comer?

3.      ¿Estoy comiendo de forma pausada o engullendo el plato?

4.      ¿Dónde tengo puesta mi atención? ¿En el plato o en otro lugar?

Te propongo que pongas en marcha esta técnica cada vez que vayas a comer y tomes consciencia de lo que está sucediendo en ese momento.

Seguro que a partir de que lo hagas, tu relación con la comida no volverá a ser la misma.