Quizás te resulte familiar esta escena: me levanto, me tomo mi leche con colacao y unas tostadas de pan de molde con mermelada de albaricoque, acompañadas, en el mejor de los casos, por un zumo de naranja recién exprimido. Me pego una ducha, me preparo y salgo pitando a trabajar. A media mañana, durante mis 20 minutitos de descanso, me voy con los compis a la cafetería y me pido mi cafecito con un sobre de azúcar y una napolitana de chocolate. Cuando llego a casa, a eso de las 15:30 hs, pongo a cocer un poco de pasta de cocción rápida y la sirvo con esa boloñesa de carne que tenía en el congelador y había sacado el día anterior (¡olé mi yo previsora!). Tras la comida, me tiro en el sofá y tomo mi yogur bífidus con trocitos de mango (por eso de regular mi tránsito). Ya por la tarde, recojo a los niños en el cole y nos vamos un ratito al parque. Que si Manolito no se acaba su bocadillo de chorizo, pues para la boquita de mamá. Que si Pepito no quiere tomar más yogur, #tranquilohijoqueyoteloacabo. Al llegar a casa y mientras los niños hacen los deberes, me pongo con los quehaceres: que si planchar-doblar-guardar ropa, que si recoger lavavajillas, que si preparar las cosas del cole para el día siguiente… y mientras, voy preparando la cena de los niños. Yo ya me tomaré un sándwich de pavo y queso cuando ellos se vayan a la cama. Es mi momento de relax, sofá y Netflix.
Ayyyyyy amiga. Luego te preguntarás, ¿por qué me siento tan hinchada? ¿por qué me siento tan desanimada? ¿por qué me siento tan baja de energía?
En lugar de cuestionarte esto, cambia el foco y pregúntate ¿estoy escuchando a mi cuerpo? ¿le estoy dando lo que necesita? ¿me estoy alimentando bien?
Vivimos de forma acelerada. Con mil cosas en la cabeza. Sin planificación. Sin consciencia. Con el piloto automático activado 24/7. Siguiendo un patrón preestablecido en el que no hay cabida para el descanso, para el autocuidado, para la escucha corporal, para la consciencia alimentaria.
Con el tiempo, esto se va enquistando y aparecen síntomas como el cansancio crónico, el estrés, los dolores de cabeza, las contracturas musculares, las digestiones pesadas, las erupciones cutáneas, el insomnio, etc…
Nuestro cuerpo, tan sabio él, se está manifestando como puede y sabe y nos está diciendo a gritos que ha llegado el momento de parar, de frenar en seco. Nos está pidiendo que le prestemos atención, que le escuchemos, que le ofrezcamos eso que necesita, empezando por una buena alimentación.
La alimentación saludable, la actividad física diaria y el descanso adecuado, son los pilares básicos sobre los cuales se sustenta nuestra salud y bienestar. Si alguno de estos pilares se tambalea, corremos el riesgo de desestabilizarnos y darnos de bruces contra el suelo, dando paso a todos esos síntomas derivados de un trato inadecuado hacia nosotras mismas.
Rompamos ese círculo vicioso y empecemos por construir esos cimientos fuertes sobre los que se va a erguir esa versión mejorada de nosotras mismas.
No se trata de hacerlo todo de golpe ni de dar un cambio drástico a nuestras vidas. La cuestión es ir poco a poco, implementando pequeños cambios que tengan cabida en nuestro día a día y, cuando un hábito ya esté consolidado, dar paso al siguiente.
Te propongo a continuación algunos pequeños pasos en relación a estos 3 pilares, para que puedas ir implementándolos en tu rutina diaria:
1. Consume 3 piezas de fruta a lo largo del día (y no, el zumo de naranja no se contabiliza como fruta). Si incluyes una o dos piezas en tu desayuno, ya casi tendrás el trabajo hecho.
2. Incorpora verduras en tus comidas y cenas (no, 2 rodajas de tomate no se considera una ración de verduras).
3. Muévete más, hasta llegar a los 10.000 pasos diarios (de media, tardamos 15 minutos en caminar 2.000 pasos). Seguro que puedes sacar 75 minutitos a lo largo de todo el día para caminar.
4. Incorpora 2 días de entrenamiento de fuerza a lo largo de la semana (bien en un gimnasio o desde tu propia casa). Agenda esos 2 días y fortalece ese templo que es tu cuerpo y con el que tendrás que convivir toda tu vida.
5. Desconéctate de estímulos visuales (móvil, tele, tablet…) al menos 2 horas antes de irte a la cama.
6. Duerme entre 7 y 8 horas todos los días (si ya sabes a qué hora suena tu despertador, réstale 8 horas y esa es la hora a la que debes irte a dormir).
Si logras incorporar estos hábitos en tu rutina diaria, ya tendrás gran parte del camino andado para convertirte en esa versión más sana de ti misma.