Seguro que alguna vez te ha pasado que has estado estresada por algún asunto laboral y has tenido que recurrir al baño constantemente o quizás sentías que se te “cerraba el estómago”.
El estrés, bien entendido, es nuestro amigo.
El estrés ha permitido a la especie humana evolucionar y llegar al momento actual.
El estrés agudo, entendido como una reacción fisiológica de nuestro organismo ante una situación de miedo o incertidumbre, nos salva la vida literalmente. Este estrés es como una alarma, un disparador que nos indica que hay algo que no está yendo bien en nuestro interior y a lo que debemos atender.
Imaginaos por ejemplo a una persona que tiene una infección grave. En este caso, esa alarma podría ser una fiebre alta persistente. Será esa fiebre la que indique que hay algo en su organismo que no va bien y habrá que actuar rápido, en este caso, administrando los antibióticos y los fluidos necesarios. A esta persona el estrés agudo que está sufriendo su organismo le está salvando la vida.
Pero soy muy consciente de que el estrés que acecha a la población actual no suele ser el estrés agudo. Sino un estrés crónico. Como si de una forma de vida se tratase.
“Es que soy una persona muy ansiosa”. “No me da la vida”. “No tengo tiempo ni de sentarme 2 minutos” ¿os suenan estas frases?
Estos son algunos ejemplos de las muchas frases que nos repetimos una y otra vez. Lo malo es que nos la creemos y argumentamos nuestras decisiones, actitudes y acciones en respuesta a estas creencias.
Al contrario de lo que nos hace el estrés agudo (que es salvarnos la vida literalmente), el estrés crónico nos acorta la vida.
Sabemos que nuestro cuerpo es mucho más listo que nuestro cerebro (entendedme cuando digo esto).
En muchas ocasiones estamos sufriendo estrés crónico pero seguimos adelante, porque podemos, ¡claro que podemos! Seguimos diciendo que sí a planes que realmente no nos apetecen, nos seguimos cargando con quehaceres domésticos y dándoles preferencia frente a nuestro descanso, seguimos “aprovechando el tiempo” en esos momentos en los que estamos solas para adelantar trabajo…. Seguimos, seguimos y seguimos.
Pero no nos damos cuenta de que en ese “seguir para conseguir más y más” estamos en realidad renunciando.
Renunciamos a nosotras mismas, a nuestro tiempo de reflexión tan necesario, a la calma y tranquilidad, al descanso, al auto cuidado, a nuestra escucha corporal.
Nuestro cerebro polarizado continuamente está pasando del futuro al pasado, del pasado al futuro y, rara vez se detiene en el presente, en el ahora.
Es en esos momentos de estrés crónico, cuando nuestro cuerpo reacciona antes de llegar a un punto de “no retorno”.
A veces reacciona con una erupción cutánea, otras veces con una cefalea intensa, tal vez proteste haciendo huelga de sueño o, a través de digestiones pesadas e hinchazón abdominal.
Normalmente, el que lleva la batuta en esto de la digestión, es la parte parasimpática de nuestro sistema nervioso vegetativo.
Nuestro SNP (sistema nervioso parasimpático) actúa en momentos de relajación y, entre otras muchas funciones, ayuda a nuestras digestiones: estimula la salivación, prepara las glándulas digestivas para que segreguen jugos gástricos y regula los movimientos peristálticos de nuestras vísceras y órganos implicados en el proceso digestivo.
Si cuando nos disponemos a comer, estamos estresadas, ansiosas o enfadadas, el SNP dará paso a su amigo, el SNS (sistema nervioso simpático). Este sistema es el que se pone en marcha para la “lucha o huida”.
A nivel digestivo, el SNS tiene un efecto inhibitorio sobre la digestión: reduce el flujo de sangre al tracto digestivo, disminuye la motilidad y secreción intestinal y contrae los esfínteres. Esto se debe a que prioriza el suministro de sangre y oxígeno a los músculos esqueléticos y otros órganos que son esenciales para nuestra supervivencia ante una situación estresante.
Es decir, si nuestro cuerpo quiere huir, no podrá detenerse a comer.
Por todo esto, si queremos tener unas buenas digestiones y no sentir dolor, hinchazón o malestar abdominal tras las comidas, empecemos por lo básico, que consiste en comer sentadas, en calma, con la atención puesta en el momento presente y masticando bien los alimentos.
Deja el estrés y los nervios fuera cuando te sientes a la mesa.